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viernes, 8 de abril de 2011

Francisco Muñiz

Con apenas 12 años, fue herido mientras combatía en la reconquista de Buenos Aires, y acaso así caló hasta su sangre el Destino. A los 15 era partidario de Mariano Moreno, el revolucionario de Mayo, y luego aprendería Medicina con Cosme Argerich, el oficial que en aquellas invasiones inglesas no pudo resistirse a su vocación (se había recibido de médico en España) y atendió a los caídos de ambos bandos. Así como Argerich acompañaría como cirujano a San Martín en San Lorenzo y a Belgrano en otras batallas, Francisco Muñiz, una vez recibido en la recientemente creada Universidad local, iría a brindar sus servicios médicos entre las tropas de la frontera sur.
En esas llanuras observa profundamente a la naturaleza. Toma notas de ciertos caracteres recesivos en el ganado, notas que un día servirán para confirmar sus ideas a otro naturalista de apellido Darwin, y descubre ciertos fenómenos en las ubres de las vacas que echan por tierra algunos conceptos establecidos del viejo mundo, lo cual le llevará a experimentar sus propias vacunas para vacunos. Mientras tanto, la historia no se detiene y tendrá que ser cirujano en jefe del ejército durante la guerra con Brasil. Al regreso, Dorrego lo establece como médico en Luján, y allí permanecerá 20 años hasta 1838, cuando -ante la prohibición rosista de importar vacunas- ya está aportando a la salud pública una de producción nacional.
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No es todo. Muñiz es pionero de la paleontología criolla, colaborando con Ameghino y donando una importante colección de aún novedosos fósiles al Estado. Es el primero en el país en publicar sobre obstetricia y en probar vacunas para la piel. Puede describir el terremoto de 1845 tanto como las voces comunes de nuestra región, y estudiar higiene tanto como climatología mientras publica el más profundo estudio sobre el ñandú o un libro sobre fiebre escarlatina. Reconocido internacionalmente, volverá a la Facultad de Medicina para dirigirla por tres períodos y hasta será varias veces legislador. Pero al hombre inquieto, comprometido con lo que sucede a su alrededor, no le basta el éxito.
En 1859, mientras perduran las guerras fraticidas, siendo el cirujano en batalla es gravemente herido y hecho prisionero por compatriotas. No importa. Para la guerra del Paraguay volvemos a verlo ofreciendo sus servicios voluntariamente. Tiene 70 años. En breve decidirá quedarse en Corrientes y luego retirarse. Pero poco tolera la quietud: en 1871 una epidemia de fiebre amarilla está diezmando a la población de Buenos Aires, y allí va otra vez a ofrecer su ayuda. En esa ciudad donde el provincianito de 12 años había caído herido mientras su maestro Argerich atendía heridos en batalla, ahora el doctor Muñiz de canosas barbas y bajo el ataque de una peste que representaría a su verdadero enemigo de siempre, volvía a caer en cumplimiento de su deber.


(Hoy se cumplen 140 años de esa última batalla, y el suceso parece ahogado en el olvido, aún habiendo sido ayer el Día Mundial de la Salud. La fiebre amarilla de 1871 le quitó a Buenos Aires dos tercios de su población).

1 comentario:

OPin dijo...

Excelente nota.