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viernes, 22 de abril de 2011

Seattle II

El Día Internacional de la Tierra surgió el 22 de abril de 1970 con una manifestación en Estados Unidos que exigió la inclusión de los problemas ambientales en la agenda de los gobiernos. Eran tiempos de peace and love, y fue entonces cuando, basándose en palabras que un antiguo cacique suwamish había pronunciado en 1855 (y que aquí ya publicamos), el ignoto guionista Ted Perry tejió el hilo conductor de un documental ecologista llamado "Home" poniendo en boca del indio palabras que por error se creen vulgarmente la respuesta exacta del jefe Seattle a la oferta del presidente Franklin Peirce de comprarles a los aborígenes los territorios del Noroeste de EEUU que hoy conforman el Estado de Washington.
No son las mismas palabras, llevan escritas apenas tres décadas, pero -siendo una fecha ideal para recordar que estamos sacrificando a la Naturaleza- es bueno tenerlas a mano también.
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"El Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras. El Gran Jefe también nos envía palabras de amistad y buena voluntad. Apreciamos esta gentileza porque sabemos que poca falta le hace, a cambio, nuestra amistad. Vamos a considerar su oferta, pues sabemos que de no hacerlo, el hombre blanco podrá venir con sus armas de fuego y tomarse nuestras tierras. El Gran Jefe en Washington podrá confiar en lo que dice el Jefe Seattle con la misma certeza con que nuestros hermanos blancos podrán confiar en la vuelta de las estaciones. Mis palabras son inmutables como las estrellas.
"¿Cómo podéis comprar o vender el cielo, el calor de la tierra? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del brillo del agua. ¿Cómo podríais comprarlo a nosotros? Lo decimos oportunamente. Habéis de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en lo oscuro del bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo. La savia que circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja.
"Los muertos del hombre blanco se olvidan de su tierra natal cuando se van a caminar por entre las estrellas. Nuestros muertos jamás olvidan esta hermosa tierra porque ella es la madre del hombre de piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las crestas rocosas, las savias de las praderas, el calor corporal del potrillo y del hombre, todos pertenecen a la misma familia.
"Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras, es mucho lo que pide. El Gran Jefe manda decir que nos reservará un lugar para que podamos vivir cómodamente entre nosotros. Él será nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por eso consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Pero ello no será fácil porque estas tierras son sagradas para nosotros. El agua centelleante que corre por los ríos y esteros no es meramente agua sino la sangre de nuestros antepasados. Si os vendemos estas tierras, tendréis que recordar que ellas son sagradas y deberéis enseñar a vuestros hijos que lo son y que cada reflejo fantasmal en las aguas claras de los lagos habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.
"Los ríos son nuestros hermanos, ellos calman nuestra sed. Los ríos llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras deberéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermanos de vosotros; deberéis en adelante dar a los ríos el trato bondadoso que daríais a cualquier hermano.
"Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que el otro porque él es un extraño que llega en las sombras a sacar de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana sino su enemiga. Cuando la ha utilizado la abandona y sigue su camino. Deja detrás de él las sepulturas de sus padres sin que le importe. Despoja de la tierra a sus hijos sin que le importe. Olvida la sepultura de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano el cielo como si fuesen cosas que ellos pueden comprar, saquear y vender, como si fuesen corderos o cuentas de vidrio. Su insaciable apetito devorará la tierra y dejará tras de sí sólo un desierto.
"No lo comprendo. Nuestra manera de ser es diferente a la vuestra. La vista de vuestras ciudades hace doler los ojos al hombre de piel roja. Pero quizás sea así porque el hombre de piel roja es un salvaje y no comprende las cosas. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ningún lugar donde pueda escucharse el desplegar de las hojas en primavera o el rozar de las alas de un insecto. Pero quizás vea así porque soy un salvaje y no puedo comprender las cosas. El ruido de la ciudad parece insultar los oídos. ¿Y qué clase de vida es cuando el hombre no es capaz de escuchar el solitario grito de una garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la laguna? Soy un hombre de piel roja y no lo comprendo. Los indios preferimos el suave sonido del viento que acaricia las aguas del lago y el olor del mismo viento, purificado por la lluvia del mediodía o perfumado por la fragancia de los pinos.
"El aire es algo precioso para el hombre de piel roja porque todas las cosas comparten el mismo aliento, el animal, el árbol, el hombre. El hombre blanco parece no sentir el aire que respira. Al igual que un hombre muchos días agonizante, se ha vuelto insensible al hedor. Mas, si os vendemos nuestras tierras, debéis recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con toda la vida que sustenta. Y, si os vendemos nuestras tierras, debéis dejarlas aparte y mantenerlas sagradas como un lugar al cual podrá llegar incluso el hombre blanco a saborear el viento dulcificado por las flores de la pradera.
"Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, pondré una condición: que el hombre blanco deberá tratar a los animales de estas tierras como hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de conducta. He visto miles de búfalos pudriéndose sobre las praderas, abandonados allí por el hombre blanco que les disparó desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo cómo el humeante caballo de vapor puede ser más importante que el búfalo al que sólo matamos para poder vivir. ¿Qué es el hombre sin los animales? Si todos los animales hubiesen desaparecido, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque todo lo que ocurre a los animales pronto habrá de ocurrir también al hombre. Todas las cosas están relacionadas entre sí.
"Vosotros debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, debéis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de vida de nuestros antepasados. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñado a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecta a la tierra afecta a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen en el suelo se escupen a sí mismos.
"Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia.
"Aún el hombre blanco, cuyo Dios se pasea con él y conversa con él de amigo a amigo, no puede estar exento del destino común. Quizás seamos hermanos, después de todo. Lo veremos. Sabemos algo que el hombre blanco descubrirá algún día: que nuestro Dios es su mismo Dios. Ahora pensáis quizás que sois dueños de nuestra tierra; pero no podréis serlo. Él es el Dios de la humanidad y su compasión es igual para el hombre de piel roja que para el hombre blanco. Esta tierra es preciosa para Él y el causarle daño significa mostrar desprecio hacia su creador. Los hombres blancos también pasarán, tal vez antes que otras tribus. Si defecáis tanto vuestra cama, moriréis alguna noche sofocados por vuestros propios desperdicios. Pero aún en vuestra hora final, os sentiréis iluminados por la idea de que Dios os trajo a estas tierras y os dio el dominio sobre ellas y sobre el hombre de piel roja con algún propósito especial. Tal destino es un misterio para nosotros porque no comprendemos lo que será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los bosques exhalen el hedor de muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes...
¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció.
Así termina la vida y comienza el sobrevivir."

viernes, 15 de abril de 2011

El militar tiene castigo

Este jueves, en medio de la alegría ocasionada por el hecho de que Luis Patti fuera condenado a cadena perpetua por torturas y por el asesinato de un militante en 1976, no supe prohibirme ver otros sucesos simultáneos. Simultáneos al feliz desenlace judicial, no a la materia juzgada. Sucesos de ahora mismo.
Por un lado, la CGT salió a desmentir las palabras del gobernador electo de Salta respecto a que el señor Moyano fuera "piantavotos". Podríamos recordar que hace un mes la propia presidenta pidió al sindicalismo que la tengan por compañera y no por cómplice, o que incluso Hebe de Bonafini criticó a Moyano tiempo atrás: no importa. Más difícil es olvidar a Ferreyra. O debería serlo, considerando que es un militante asesinado. Recientemente. Pero lo más llamativo del día miércoles fue que mientras los "gordos" de la CGT rechazaban al aire sus defectos, en una ruta al sur del país, gente de la UOCRA torturaba a golpes, palos y piedrazos a los maestros que pedían un mejor sueldo. Sería muy raro que esta imagen sea "piantavotos". Solamente.
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Por otro lado, en esas mismas horas era detenidos en Corrientes 14 militantes, incluyendo a 5 menores, por orden del Gobernador: 60 uniformados de la Infantería y policías con perros reprimieron a los activistas que protestaban pacíficamente contra la arrocera Zampedri-Zambón clausurada hace 2 años "por no tener ningún trámite administrativo, evaluación de impacto ambiental, ni concesión de aguas", y que sin embargo sigue operando, haciendo fumigaciones aéreas en zonas pobladas y bombeando en cada cosecha unos 12 mil millones de litros de agua de la laguna Iberá, que es Parque Provincial, Sitio Ramsar, y el principal recurso de los pobladores más afectados.
No es la única arrocera que incumple una sentencia: otras dos también tienen medidas cautelares ordenando suspender la actividad. Pero mientras ellas continúan como si nada, los ambientalistas siguen detenidos porque la policía retiene el sumario para que no llegue al juzgado y demorar así su excarcelación. Nada de esto ocupará mucho espacio en los medios: ya viene pasando también con la cuestión del Ayuí y con el caso del terraplén de Yahaveré, donde hay intereses en común de bandos que mediáticamente parecen enfrentados.
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Por suerte, sigue habiendo gente que milita por un causa. Pero aún dentro del estado de derecho, no ha dejado del todo de ser un riesgo. Después de todo, si la militancia que se aplaude oficialmente no es más que la propia, seguimos con materias pendientes para aprobar Democracia. Mientras tanto, mientras hay seres de carne y hueso haciendo cosas al sur y al norte de la metrópolis, el común de la ciudadanía está frente al televisor de su living mirando un programa de entretenimientos. Antes, en blanco y negro. Ahora, en color.

viernes, 8 de abril de 2011

Francisco Muñiz

Con apenas 12 años, fue herido mientras combatía en la reconquista de Buenos Aires, y acaso así caló hasta su sangre el Destino. A los 15 era partidario de Mariano Moreno, el revolucionario de Mayo, y luego aprendería Medicina con Cosme Argerich, el oficial que en aquellas invasiones inglesas no pudo resistirse a su vocación (se había recibido de médico en España) y atendió a los caídos de ambos bandos. Así como Argerich acompañaría como cirujano a San Martín en San Lorenzo y a Belgrano en otras batallas, Francisco Muñiz, una vez recibido en la recientemente creada Universidad local, iría a brindar sus servicios médicos entre las tropas de la frontera sur.
En esas llanuras observa profundamente a la naturaleza. Toma notas de ciertos caracteres recesivos en el ganado, notas que un día servirán para confirmar sus ideas a otro naturalista de apellido Darwin, y descubre ciertos fenómenos en las ubres de las vacas que echan por tierra algunos conceptos establecidos del viejo mundo, lo cual le llevará a experimentar sus propias vacunas para vacunos. Mientras tanto, la historia no se detiene y tendrá que ser cirujano en jefe del ejército durante la guerra con Brasil. Al regreso, Dorrego lo establece como médico en Luján, y allí permanecerá 20 años hasta 1838, cuando -ante la prohibición rosista de importar vacunas- ya está aportando a la salud pública una de producción nacional.
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No es todo. Muñiz es pionero de la paleontología criolla, colaborando con Ameghino y donando una importante colección de aún novedosos fósiles al Estado. Es el primero en el país en publicar sobre obstetricia y en probar vacunas para la piel. Puede describir el terremoto de 1845 tanto como las voces comunes de nuestra región, y estudiar higiene tanto como climatología mientras publica el más profundo estudio sobre el ñandú o un libro sobre fiebre escarlatina. Reconocido internacionalmente, volverá a la Facultad de Medicina para dirigirla por tres períodos y hasta será varias veces legislador. Pero al hombre inquieto, comprometido con lo que sucede a su alrededor, no le basta el éxito.
En 1859, mientras perduran las guerras fraticidas, siendo el cirujano en batalla es gravemente herido y hecho prisionero por compatriotas. No importa. Para la guerra del Paraguay volvemos a verlo ofreciendo sus servicios voluntariamente. Tiene 70 años. En breve decidirá quedarse en Corrientes y luego retirarse. Pero poco tolera la quietud: en 1871 una epidemia de fiebre amarilla está diezmando a la población de Buenos Aires, y allí va otra vez a ofrecer su ayuda. En esa ciudad donde el provincianito de 12 años había caído herido mientras su maestro Argerich atendía heridos en batalla, ahora el doctor Muñiz de canosas barbas y bajo el ataque de una peste que representaría a su verdadero enemigo de siempre, volvía a caer en cumplimiento de su deber.


(Hoy se cumplen 140 años de esa última batalla, y el suceso parece ahogado en el olvido, aún habiendo sido ayer el Día Mundial de la Salud. La fiebre amarilla de 1871 le quitó a Buenos Aires dos tercios de su población).