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viernes, 27 de julio de 2012

Lo demás no importa



domingo, 15 de julio de 2012

Por un Zoo Lógico


Los talibanes de la buena intención, sin más conocimiento de zoología que el necesario para servir Eukanuba a sus caniches de departamento, ahora arremeten contra el Zoológico de Buenos Aires despreciando la voz de los expertos locales, o a lo sumo buscando alguno en el mundo que diga lo que quieren hacer oír. Un lugar donde algunos biólogos hallaron de niños su vocación, niños que ahora conocerían a los antílopes por la cabeza decapitada sobre algún hogar, para que su vocación tienda a la caza. Un lugar que enseñó a generaciones, que educó como una escuela a quienes no pueden pagarse un viaje transatlántico, y que con cuya presencia evitó una mayor proliferación de zoológicos clandestinos. Porque ese es el "beneficio" de quitarlo: favorecer el tráfico de fauna en pos de ver lo que ya no se podría. Políticos que pueden entender el argumento uruguayo para que el Estado plante cannabis en detrimento del comerciante narco, no ven que un zoológico en blanco y funcionando como corresponde evita los juntaderos clandestinos de animales enjaulados. 

Al Zoo se le puede criticar mucho, pero todas son cosas mejorables: el espacio para cada animal puede ampliarse por ejemplo, pero es falso creer que puedan regresar a su hábitat natural especies aquí mantenidas, no sólo porque ellas ya no sabrían sobrevivir allí por sus propios medios, sino porque esos hábitats ya no existen. Incluso en los parques nacionales de Africa (donde la corrupción no está menos a la orden del día que acá) existe la caza. Nuestra burguesía bien intencionada sueña que un día podrá pagarse el pasaje a verlos en la reserva privada de los gringos a quienes quieren favorecer con estas ocurrencias de peluquería, pero ¿por qué al niño pobre debe vedársele poder asombrarse ante un elefante? Curiosamente, su fundamentalismo no los hace pensar si ellos mismos no apoyan costumbres retrógradas cuando sostienen la compraventa de seres vivos: un mercado de mascotas similar al mercado de esclavos que había cuando nadie pensaba que un negro podía ser un humano. Ahora nadie pensaría que un perro lo sea, pero... ¡oh sí, ellos visten a sus perros como humanos! ¿Satisfacen con perros castrados su necesidad de tener criados eunucos? ¿No notan que les quitan al perro su derecho a la identidad como tal?

Como vemos, cerrarnos en razonamientos de su estilo no es tan difícil. Y es que nada es más fácil que ser ignorante. "¡En pleno siglo XXI!" exclaman, con un concepto de la evolución más hinduísta que darwiniano. Y quienes hemos estudiado ciencias naturales, quienes consideramos que las soluciones de slogans son nuevos problemas, debemos interrumpir la vida normal para defendernos de los poderosos con tiempo libre y sus huestes del pulgar en el "me gusta", para explicar cómo se trabaja y cómo se debe trabajar en un zoológico en serio y cuánto bien le hace a la gente y a la fauna, intentando a duras penas contrarrestar el desastre que ocurre allá afuera, lejos de la ciudad, donde los leopardos libres ya son menos que los salvados por estas instituciones que ellos quieren destruir, porque el dirigente que se preocupa porque su perro pueda compartirnos en el colectivo sus fecas y pulgas, no atiende al avance de la agricultura sobre la naturaleza silvestre en tanto deje dinero. ¿Tema menor?

Algo bueno incluye su propuesta sin embargo: quieren que allí se junte la fauna de los decomisos. Sin embargo, no ven que para todo nuestro enorme país, apenas tenemos media docena de inspectores de Fauna. Sí, lo que leen. Por algo este tráfico está en el podio, aunque nadie le preste atención. Cuando se quiere obrar bien y rápido, la urgencia hace que se obre mal, pues lo hace el que puede y no el que sabe. "Las buenas intenciones adoquinan el camino al infierno", decían las abuelas, y por algo lo aprendieron. Alguien no come carne en nombre de la vida (casi todo lo que comemos estuvo vivo en verdad, y así comen ellos también) y para dejar limpia su conciencia de crímenes, barre un campo ganadero donde convivían vacas con perdices o vizcachas con la maquinaria agrícola que le servirá verdura: no verá un cadáver (animal, sí vegetal) en el plato, pero las especies nativas perdieron su hábitat, principal causa de su extinción invisible. Y donde algunas apenas pueden protegerse, una jauría de perros cimarrones matará las crías de nuestros venados, porque si el guardaparque llega a disparar para salvar a la especie, aparecerán los defiendemascotas (que no atacan el mascotismo, razón por la que hay tantas abandonadas) a censurarlo con su inquisición moderna pero sin ofrecer una solución concreta y realista. Y volviendo a la vaca... menos mal que existió la ganadería, o ahora estaría extinguida. Lo mismo pasa con las pieles: la caza se resolvió con los criaderos porque la prohibición crea un mercado negro que revitaliza la caza. El yacaré estaba desapareciendo cuando los criaderos recompusieron su población; algunos van a la marroquinería, otros se devuelven al estero, pero si nadie compra una cartera (de origen legal) la superpoblación vuelve a hacer desastres, el paisano cambia de rubro, y la demanda paga al cazador furtivo. Todo esto, dicho para mostrar que las cosas no son tan simples para que baste la buena intención. Está en su derecho quien no quiere comer carne ni lucir pieles para actuar de acuerdo a sus gustos, pero avasalla el ajeno cuando lo quiere imponer a los demás. La gente bienpensante no piensa bien necesariamente.

Volvamos entonces a los animales. Un Zoo defectuoso es malo, pero un buen Zoo los ayuda más que un Zoo ausente. Y el Zoo bueno existe y sirve. Al de Buenos Aires, sólo por dar un ejemplo, los cóndores le deben su regreso a paisajes del continente donde ya no existían. Y si todo esto que escribí de corrido con la furia propia de un mamífero molestó, perdonen: no puedo disimular el animal que soy.