En un país sin tradición democrática, que
transcurran 30 años sin gobiernos militares es tanto un logro celebrable como
una posible señal de que la democracia ya podría ir siendo una tradición. Puede
debatirse cuánto se come, se cura y se educa, pero no hay otro sistema
que permita siquiera debatirlo como éste, cuya imperfección pasa por no
amputarnos nuestra responsabilidad sobre el destino de un país que inventamos a
diario nosotros, humanos imperfectos. Podríamos estar mejor. Podríamos estar peor.
Como siempre.
Un 10 de diciembre, Día Universal de los Derechos
Humanos, fue el elegido para su asunción por el doctor Raúl Alfonsín
(cofundador en 1975 de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos), tras
ganar las elecciones de 1983 con la mitad más dos de los votos, cerrando
el ciclo de los dictadores que alardeaban de ser
ellos mismos "derechos y humanos", y cuyo juzgamiento sin precedente inició el nuevo gobierno apenas
asumido. Sin embargo, el llamado "Juicio a las Juntas" no dejaba fuera
del alcance de la justicia a los principales responsables de otras
organizaciones de diferente composición y aspiraciones pero similar espíritu
militar y vocación salvadora. La visión común aún no era la de buenos contra
malos sin terceros en concordia. El pueblo que en los '80 acababa de sobrevivir a
la locura criminal, se consideraba mayoritariamente enemigo de toda violencia.
La maldad de un Videla no santificaba a un Firmenich. Así empezaba la
democracia, como una primavera donde el color vencía al blanco o negro,
mientras queríamos que brotase la paz.
Si nos ubicamos en 1975, cuando fue creada la
APDH, había un gobierno democrático, pese a lo cual la paz social parecía
ausente entre incontables atentados de las extremas armadas, en medio de las
cuales se podía morir por ser un pibe que tuvo la mala suerte de salir sorteado
en la colimba y estar en Formosa durante un ataque montonero, como por estar en
la mira de la anticomunista Triple A por el pecado de leer a Marx. Dos grupos
armados organizados militarmente, dos "demonios", entre una mayoría
de ciudadanos sin armas que sólo querían estudiar, trabajar, armar una familia
o disfrutar un partido de fútbol, y entre los cuales también había quienes
querían participar de la vida cívica sin violencia, los cuales eran pues mirados
bajo sospecha por ambos extremos. Allí estaban los defensores de los DDHH en
ese entonces, cuando estas siglas eran desconocidas (cuando no menospreciadas) por casi todos.
En esa situación el gobierno justicialista
decretó la orden de aniquilamiento de la subversión, y posteriormente su
espacio de Poder quedaría del todo en manos de la que fuera la "joven oficialidad
peronista", golpe de estado mediante. Pero la violencia que supuestamente
sería erradicada alcanzó así su máximo de poder y crueldad, a cargo de unas
Fuerzas Armadas que hacía años venían siendo instruídas para esto. La dictadura
militar evitó la justicia, porque la única paz que anhelaba era la de los
cementerios. El infierno del período recordado como "El Proceso"
quedó dolorosamente retratado en el imprescindible libro "Nunca Más",
que la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas creada por
Alfonsín en su primera semana de gobierno legase a las generaciones venideras.
La tortura y desaparición de miles de personas secuestradas por el Estado había
sucedido mientras buena parte de la sociedad se entretenía frente a la TV (y querían estudiar, trabajar, armar una familia
o disfrutar un partido de fútbol),
ajena a la real dimensión de la tragedia.
Con los años, algo hacía ruido sin embargo en el simplismo de
la teoría de los dos demonios. Básicamente, porque no es lo mismo que te golpee
un agresor cualquiera a que lo haga el Estado que supuestamente está para
protegerte. Ese sería un punto importante del contrato social descrito por Rousseau:
para evitar la injusticia de que el fuerte someta a los débiles, éstos crean un
monstruo mayor (el Estado) que los proteja de los fuertes. Pero cuando es el
mismo Estado quien ataca a la sociedad y se alía al fuerte para darnos por
la cabeza, estamos en un caso de injusticia que supera por lejos la elemental
del villano atacando al inocente. No es igual el mismo crimen cuando es
cometido por el gobierno, porque su responsabilidad es mayor.
Hoy, como siempre, pasadas algunas décadas y renovadas las generaciones, del pasado se sabe menos por haberlo vivido que por leerlo desde la actual graduación de nuestros cristales, a veces ajustada por nuestros oculistas de confianza. Como si entender la visión del otro implicase estar de su lado, se juzga desde el aquí y ahora la mentalidad de un conquistador lejano en el tiempo o de una marroquí lejana en el espacio. Para colmo, sin más información que la poca que queremos. Así, cuando nos es tan oportuno como al Poder al que le somos oportunos nosotros, podemos incluso invertir la naturaleza de lo que fuera, señalándolo como querramos y sin saber la trampa de nuestra re-nominación, como inocentes verdugos involuntarios. De este modo, por ejemplo, podemos hallar gente que cree que el error de la teoría de los dos demonios fue no caer en el maniqueísmo, no tomar partido entre blanco y negro para vomitar esos colores condenados bajo el cargo de tibios grises.
Más aún, si un medio opositor y un medio oficialista cometen el mismo
proselitismo tendencioso y son señalados en su parecido, parecería que el
pecado es no sólo no elegir a uno de ambos como verdad indiscutible y al otro
como enemigo imperdonable, sino que incluso dicha tercera postura (o cuarta,
quinta, etc) es ligada a la demonizada teoría de los dos demonios desde una absurda
inversión de argumentos: como el gobierno actual juega a ser el de los vencidos
entonces, lo malo es la mentira del medio privado de la señora Noble, y lo bueno es la noble mentira del
medio estatal. Para ser lo opuesto de aquello que criticamos, damos un giro de 360 grados. A veces incluso, informamos replicando la metodología que señalamos como principal defecto del enemigo demonizado.
Entre todos los simplismos que supone reducir manuales a panfletos, nuestra historia acumula olvidos en nombre de la memoria, distorsiones en nombre de la verdad, e interesantes conflictos intelectuales a la hora de analizar nuevas tradiciones como el saqueo navideño, la justificación del destrozo de una hinchada de fútbol, el encumbramiento de un denunciado exprocesista especializado en inteligencia, y otras contradicciones que nuestra primitiva visión en blanco y negro se esfuerza en explicar a voz en cuello pero sin diálogo, único demonio del necio. Y así terminamos el año, acumulando más sucesos tachados que digeridos, con 30 años de democracia, pero a sólo 12 del último golpe de Estado.
Entre todos los simplismos que supone reducir manuales a panfletos, nuestra historia acumula olvidos en nombre de la memoria, distorsiones en nombre de la verdad, e interesantes conflictos intelectuales a la hora de analizar nuevas tradiciones como el saqueo navideño, la justificación del destrozo de una hinchada de fútbol, el encumbramiento de un denunciado exprocesista especializado en inteligencia, y otras contradicciones que nuestra primitiva visión en blanco y negro se esfuerza en explicar a voz en cuello pero sin diálogo, único demonio del necio. Y así terminamos el año, acumulando más sucesos tachados que digeridos, con 30 años de democracia, pero a sólo 12 del último golpe de Estado.
1 comentario:
Mierda, siempre quise poder explicarlo asi. Gracias!
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