Hace tiempo que soy de esos amargos que no se adaptan a la importación de alegrías agendadas, como ser Jálogüen o este tal San Valentín. Incluso me cuesta digerir el verano mismo, no sólo porque la murga del barrio me agúa la siesta, o el carnaval me de ganas de destripar a quien tire algo a mis hijas, sino también porque ya empieza con todos obligados a comprar cosas a medio mundo, para celebrar una fiesta que antes era sólo para los niños (y más antes, para los católicos... siendo en Reyes cuando aparecían regalos).
Todavía no tenemos en el sector apícola ninguna mafia de los pavos, si no, hasta encontraban motivos para celebrar el día de acción de gracias en estas pampas. Y es que el aumento de festividades tiene que ver con la necesidad del Mercado de moverse cada vez más: día del niño/a, del amigo/a (conmemorando la fecha en que la bandera yankie desvirgó a la luna), de la secretaria/o, de la madre/o/a, del padre/o/a/es, abuelo/a/os/as... y no tardarán en imponerse los del jefe, esclavo, amante, vecino de la misma vereda, del conocido políticamente correcto, etc.
Para peor, veo que fechas como este San Valentín, que hace no mucho intentaba entrar tímidamente (alguna propaganda en cable, justificable ante la prole como “eso es pauta publicitaria para Panamá”) ya es rotundamente un hecho establecido que pinta como insensible a quien le duela la cabeza esa noche, y miserable a quien no le gaste en algo.
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Bien: estoy exhibiendo demasiado mi cascarrabismo y no quiero atentar contra la moral y el pum para arriba, así que voy a doblarles la apuesta. Festejen nomás, impongan esos días y otros, desde la conocida semana de la dulzura a nuevos decenios del heladito de soja, todo en beneficio del comercio. Yo les propongo otro más: el Día del despecho. Es simple, pues: para amigos y enamorados ya se compran determinadas cosas, desde golosinas a flores o de productos electrónicos a un departamento y no jodas... Pero ¿qué pasa con nuestra paupérrima industria del chasco? ¿y los fabricantes de banderas a quemar? Hace falta un día en que se compre todo lo contrario a lo habitualmente afectuoso, cosas desagradables que además permitan un desahogo terapéutico de la san flauta (es más: otro día puede ser el de la San Flauta, pero no me explayaré en él). Porque además, si usted piensa mal en –digamos- dos personas... pero recibe en el día del despecho algo de un tercero, ya es uno más y así vamos haciendo la bola. Y en general, la monogamia permite que los ex sean más que los actuales y puedan por ende mover más al mercado.
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No me pidan la fecha, pero que sea más o menos cuando la gente ya cobró y aún no llega el fin de mes y su testeo de moneditas restantes. Obviamente sería válido también para vecinos bateristas, fieritas pesados, compañeros envidiosos, suegras insoportables, trolls, etc. y así también el Sindicato de Fabricantes de Rebenques y Fustas evitará su quiebra... ¡Si lo detesta, demuéstrelo comprando! Total, del amor al odio... todo cuesta.