Entra y le molesta que la TV esté prendida en un documental. Llega a observar sin embargo los casos de "
adorno-extremo" que se aplican algunos africanos, y se burla espantado. Su escándalo no distingue entre prácticas saludables o no, sino entre
lindo y
feo. Y con
los negros no se identifica, por eso no ve que también su propia cultura tiene
casos dignos de
horrorizar a esa otra mitad del mundo que no atiende a Occidente con el mismo morbo por lo "diferente". Así que inicia un
zapping y lo detiene gustoso al ver una mujer de inmensos senos. Está encantado y no le hablen de los problemas en la espalda que tendrá la señorita pues nadie la obligó (está convencido) a injertarse tanta silicona bajo la piel. Son bondades del progreso, que permite nuevos materiales y cirugías. El costo del progreso es ahora la tanda publicitaria, así que va y revisa sus
e-mails. Sólo entró un correo, y es un
spam. Le sugiere alargar su miembro para tener éxito en la vida. Para eso está
mastercard, y todo lo demás... ya no existe. El mundo es un
collage de
superficies, detrás de las cuales no parece habitar nadie.
Navega la virtualidad buscando novedades. Un político riojano de sugerente apellido sostiene su campaña ofreciendo
sacar más pecho. O ponerlo, según cómo se mire. Parece que
sin siliconas no hay paraíso. Nuestras
discos son
noticia mundial por sortearle
ampliaciones al
tetaje criollo. Si seguimos agrandando todo, tanto sus lolas las lolitas como sus genitales los
boludos, esto termina en explosión, y no sé si sólo
demográfica. Porque una vez que la gente haya logrado el sueño de medir más que
la media, ellos serán la nueva medida
standard ¡y habrá que seguir agrandando! Otra opción sería atender más a lo
interior, que en muchos casos ya parece
vencido. Pero tal vez sea pedir mucho. Por lo menos a este personaje, que así lo dejo.
Porque bajo el suelo que pisa, duermen ignoradas sus raíces. Incontables leyendas nativas, como la del
Curupí o la de
Zapam Zucum, menos conocidas que tantas otras del viejo mundo. El primero era un petiso guaraní que andaba por el monte a la siesta, arrastrando un
miembro viril tan largo que con él podía enlazar a sus víctimas, las cuales enloquecían -literalmente- al verlo. Antropófago el hombre, mejor era evitarlo echándose a nadar o trepando un árbol (era torpe -o cuidadoso- para estas actividades) cuando no usando un cuchillo para así
cortar por lo sano. La otra era una mujer
aymará de
tetas gigantes, las cuales al andar hacían el sonido que le dio nombre a su portadora. Ella cuidaba y amamantaba a los bebés que quedaban a la sombra de algún
algarrobo mientras los mayores salían a recolectar frutos, y de paso mantenía un fuego, para que se guíen por el humo al regresar de la jornada. Pero con los que mataran a ese árbol del cual ella era la protectora, no tenía piedad. Entre sus pechos, varios paisanos han muerto asfixiados.
No fueron en el origen más que personas con molestos problemas de salud, expuestas al chismerío.