6.267 kmts después...

Ayer he regresado a lo que sería mi hogar -pues le pago el impuesto inmobiliario- en la que sería mi ciudad -pues me cobra el impuesto inmobiliario- y hoy me reincorporo al que sería mi trabajo -pues me paga el impuesto inmobiliario- dentro de un sistema (tan real como mentiroso) que crea, paga y cobra... impuestos inmobiliarios.

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Vuelvo con la carpa emparchada de heces aviares y los bolsillos tan agónicos como el calzado. Pero aún así, el perfume de la felicidad no desaparece y el nómada regresa a su celda de algodones con el alivio de la piel curtida de abrojos.

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En mis oídos perduran los trinos silvestres de Dios entre las plantas.

En mi vista perduran sus paisajes a infinito cielo abierto.

En mi lengua perdura el gusto de la fruta recién arrancada.

En mi piel perdura el tacto imprescindible de la Naturaleza.

Y mi olfato la sigue oliendo, aunque los aromas ya sean a combustiones colectivas de recorridos en círculo, entre sonidos que gritan más para decir menos, entre muros que fraccionan la vía láctea para que no conduzca a ningún sitio, y entre mercaderías congeladas que aún saborizadas artificialmente degustamos sin gusto: nuestro gusto no les halla gusto.

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Así y todo, la cola del cometa fugaz queda todavía grabada en el nómada cuando vuelve a su celda. Su ropa sigue mojada de la lluvia que había afuera. El carcelero no entiende esa inercia de alivio en su objeto de encierro, si el paseo al rosal llenó al reo de espinas. La llave se cierra, como es su rutina. Pero la nueva cicatriz en la piel con experiencias, esta vez tiene forma de sonrisa.

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