Pasado el terror programado que nos agendaran los comerciantes, siguen habiendo vampiros más allá de Halloween. Sí, entre nosotros, en nuestro mismo país, se los puede ver sin necesidad de un tour a Europa. Y son bastante más feos que Di Caprio, Banderas, Pattinson... o aún Lugosi.
Sus potenciales víctimas podemos ser detectadas por ellos incluso en la noche más cerrada y a pesar de su pobre vista, pues compensan este sentido con un oído asombroso, captando con un sistema de radar el retorno de su propia señal sonora de alta frecuencia. En esto son iguales a todos los demás quirópteros, esos seres vertebrados que pueden volar pese a no ser aves, dormir cabeza abajo... y que reúnen a una cuarta parte de los mamíferos del mundo. Pero a diferencia de sus parientes, los vampiros son hematófagos, es decir que se alimentan de sangre. Y aunque poseen nuestros mismos cuatro tipos de dientes, tienen más desarrollados los caninos incisivos...
Hay que aclarar, sin embargo, que sólo existen 3 especies de murciélagos hematófagos, y ni siquiera los del género Vampyrum están entre ellos. Más aún: nunca los hubieron en Transilvania, ni los tiene el Viejo Mundo, pues son exclusivos ¡de América Latina!
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Diphylla ecaudata (Vampiro de patas peludas): Aún no sabemos lo suficiente de este mamífero, el chupasangre más pequeño. En su boca no sólo se ven las muelas "del juicio", sino también un tercer par de colmillos (arriba) y más largos los de la mandíbula inferior. Prefiere alimentarse de gallinas y otras aves, y descansar en huecos entre los árboles.
Diaemus youngii (Vampiro de alas blancas): Semejante a aquél en cuanto a sus costumbres y a lo poco conocido, es aparte el de menor población. Sabe segregar una particular sustancia repelente, que escupe como defensa, y no es enemigo sólo de avicultores: también se alimenta de ovejas, cerdos, perros, cabras...
Desmodus rotundus (Vampiro común): Al contrario de otros murciélagos más vulnerables, los vampiros no sufren peligro de extinción, y esto es debido al hombre y su actividad ganadera. La especie más abundante es la que llega al centro de Argentina, y escoge a sus víctimas entre mamíferos de mayor tamaño, incluyendo vacas y caballos, a quienes saca unos 30 gramos de sangre, antes de volver a dormir con los suyos, que pueden ser unos 5.000, todos juntos en la sórdida oscuridad de una gruta siniestra... la cual es reconocible por la sangre que, ya digerida, fue vertida en forma de fecas semilíquidas. De terror.
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Aunque todo es cierto, las cosas en realidad no son como las pintan las películas. Los colmillos no chupan como jeringas, sino que sólo hacen la mínima incisión necesaria para que sangre, y así lamer -durante media hora- escasos 25 mililtros, que mientras tanto no dejan de fluir porque la saliva del vampiro es anticoagulante. Si el vampiro pecase de gula se le dificultaría el vuelo, y por la mañana el paisano lo encontrará junto a su animal herido, rematando al parásito fácilmente. El mayor riesgo para su víctima, será un posible contagio de enfermedades.
De las víctimas humanas, ninguna se convirtió en Nosferatu. Uno de ellos fue Fernández de Oviedo, a dos o tres décadas del descubrimiento de América (y si existe el karma es lo menos que merecía...) A Félix de Ázara también lo mordieron "cuatro veces en la yema de los dedos del pie durmiendo a cielo descubierto"... pero si su obra perdura no es mérito de eternidad draculiana.
La verdad es que si un hombre fuera vampiro, precisaría secarse a una docena de adultos por día (para eso, más le valdría una ballena azul, que tiene tanta sangre como la de 3.000 personas). Los auténticos vampiros no matan para vivir (al menos, concientemente). En cambio, ellos mueren si en dos noches no se alimentaron. Y más: sus hembras son tan solidarias, que si una no pudo comer, otra le ofrece la sangre que consiguió, regurgitándosela.
¿No es tierno?