Tenía 23 años cuando combatí a los portugueses de Colonia do Sacramento, frente a Buenos Aires. También vencí a los corsarios ingleses en Europa. Y por eso maldije cuando el virrey Sobremonte no me permitió enfrentar a los barcos británicos que entraban por el Río de la Plata aquella vez, en 1806. Él escapó hacia Córdoba, y Buenos Aires quedó bajo el mando de William Carr Beresford. Yo fui a buscar hombres y armas a Montevideo y regresé con ellos en plena sudestada, pasando con mis botes entre sus buques hasta llegar a tierra. Era agosto como hoy, cuando liberamos la capital del virreynato.
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Los miembros del Cabildo me nombrarían Virrey, reemplazando a aquél que había huído. Pero ya se veía la presencia del enemigo entre los mismos criollos. Desde apellidos como Martínez de Hoz hasta mi propio hermano estaban con los ingleses. Un par de traidores dejaron huir a Beresford cuando estaba detenido. Sir Home Popham y los tesoreros británicos ya habían pactado con gente como Miranda el esparcir ideas independentistas en el continente para quitar sus posesiones a España y que la corona inglesa disfrute las incalculables ventajas comerciales consecuentes. He visto entre algunos porteños imágenes manufacturadas en Londres donde figuraban Popham, Beresford, Washington y Miranda, el eufemismo escrito de que "No es conquista sino unión" y una representación de Inglaterra rompiendo cadenas americanas con, a sus plantas, rendido un león...
Yo no debía quedarme quieto. Organicé regimientos profesionales con patricios, pardos, mulatos y tantos otros, hasta llegar a los 8000 hombres. Los ingleses insistirían, y lo hicieron tomando Montevideo (a cargo de Sobremonte...). Luego desembarcaron al sur de Buenos Aires con más tropas que las nuestras, pero no les permitimos llegar al centro de la ciudad victoriosos. Debieron rendirse entregando incluso Montevideo. Ahora sería el propio rey quien me nombre Virrey.
Pero con la victoria, la clase alta volvía a ver frustradas sus ambiciones mercantiles. Herida, criticaba escandalizada incluso mi vida amorosa. Montevideo -curiosa gratitud- se negaba a aceptar mi autoridad. Y cuando Napoleón se aseguró España (también argumentando liberarla aunque en pos de "Los Derechos del Hombre"), empezaron a mirarme como a un traidor, por mi cuna francesa, no queriendo ver ni la lucha conjunta que ambas naciones venían ejerciendo hasta entonces contra el poder británico, ni quiénes eran aquí los verdaderos traidores a nuestro soberano, por quien decían velar.
Una Junta nombró a mi sucesor. Acepté cederle el cargo pese al apoyo que me ofrecían los vecinos, para evitar males mayores y porque no era mi anhelo el Poder, aunque dijeran lo contrario quienes sí lo deseaban. Me retiré a una quinta en Alta Gracia y -con título de Conde y todo- decidí volcarme a la vida rural. Pero mientras uno se ocupaba de sembrar, el puerto seguía con sus intrigas, y así llegó la revolución de mayo, para alegría de ese imperio que ya no precisaría incursiones armadas, y en cuya bandera no me extrañaría que alguno de estos doctorcitos sea envuelto a la hora de su sepultura. En esta situación, la conducta de los de Buenos Aires con la Madre Patria, en la que se halla debido el atroz usurpador Bonaparte, es igual a la de un hijo que viendo a su padre enfermo, pero de un mal del que probablemente se salvaría, lo asesina en la cama para heredarlo. Por esto me rebelé contra el golpe de estado.
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Ocampo vino hasta Córdoba para enfrentarme, pero sus tropas le desertaron en masa. Me atraparon las de Balcarce, jóvenes oficiales que inmediatamente practicarían la tortura conmigo. Como siempre, supe resistir. Sé que los porteños le ordenaron a Ocampo que me fusilara, pero él -y tantos otros- habían combatido conmigo contra los ingleses hace sólo tres años. Por eso los cordobeses prefirieron enviarme a Buenos Aires, a ver qué sucedería allí, donde cada calle me respeta. Y por esto se asustó la Primera Junta, y envió a Castelli a interceptarme en el camino para fusilarme. Pobre idealista, cree que la independencia verdadera pueda existir, cuando sólo existe el honor, este que yo tengo. Juré lealtad a mi soberano, y no puedo romper mi palabra. Mañana, 26 de agosto de 1810, en Cabeza de Tigre nos ultimarán quienes fueron nuestros cachorros, y nos arrojarán a una fosa común. Ojalá sus sucesores valoren un día -tanto como lo hicieron sus víctimas- el significado de cumplir con una palabra empeñada.
8 comentarios:
Es sabido. La defensa del buen nombre, el honor y la conciencia no garpa por estas tierras desde los orígenes.
Bonita narración. Los tenía bien puestos.
La "Gesta de Mayo".
Dios mìo.
Un abrazo.
Hoy un juramento, mañana una traición. Menos con Liniers.
A veces pagan justos por pecadores.
Dicen que uno de los que presionó para sacárselo de encima fue un tataratataratataratatara abuelo de Martínez de Hoz, que tenía algunos negocios contrapuestos con el señor. En el libro "El Relicario" se mencionan qué negocios, pero ahora no los recuerdo.
Soy un fracaso como historiador.
Unser, me gustaría que ponga las fuentes que lo inspiraron para recrear este texto en primera persona. Ojo, no pongo en duda su rigor histórico, no me da el piné.
¡Que nabo ese Liniers! En fin.
Sobremonte no huyo. Los virreyes tenían órdenes estrictas sobre no dejarse atrapar en caso de una invasión. Sobremonte fue gobernador de Córdoba, uno de los más progresistas que hubo.
Saludos mostros.
Zippo: Ironía del destino, juró con gloria morir.
Chuso: Así lo entiendo. Hoy sus restos descansan en tu país, aunque habría que ver por qué tierra dio la vida.
Gaucho: Usted escribe y yo ya le veo el gesto, aún sin conocerle la cara.
Ensu: Posiblemente, justos y pecadores los haya siempre dentro de cada bando, dentro de cada guerra.
Fender: Justamente menciono a aquél José Martínez de Hoz que amasara fortuna dedicándose al contrabando, y que -si mal no recuerdo- estuvo a cargo de la Aduana durante el breve gobierno de Beresford. (Yo también debería ponerme a revisar libros).
Viejex: Me pide mucho, tendría que hacer un post sólo de listas (si viera mi biblioteca... Encima la carrera de Historia fue una de las que abandoné tras años en sus claustros), pero lo bueno es que TODO esto es comprobable por cualquiera con sólo agarrar los libros, y si es más fácil Internet, basta con buscar en la Wikipedia a Liniers, Popham, etc. (aunque no sea lo mejor para una tesis universitaria, claro). Créame igual si le digo que uno de los primeros en leer este post fue el historiador Daniel Balmaceda, de cuya amistad abuso a veces.
Desde luego, mi idea no era escribir la historia "objetiva" sino ficcionar la visión subjetiva del Conde Liniers.
Mostro: Existe esa versión también, donde el tipo simplemente alejó la guita porteña de los invasores. Sin embargo Liniers era virrey durante la segunda invasión, y se quedó en la ciudad. Y con eso, el mismo rey lo ratificó.
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