Palomas

Son numerosos los porteños que, del mundo de las aves, apenas si conocen gorriones y palomas. Curiosamente, en principio ninguna de ambas especies son nativas de Buenos Aires. Llegaron del viejo mundo con nosotros. En el caso de la paloma común se la traía para alimento, lo mismo que a las gallinas, y en pocos siglos se asilvestraron a medida que la ciudad crecía y se reducían los palomares. Luego, la posibilidad de que transmita enfermedades como la psitacosis la fue librando de acabar en un plato con polenta, y así llegamos a hoy, con miles de ejemplares diseminados por la urbe.

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Existen sociedades colombófilas que gustan de ellas, ya no en un sentido gastronómico. Sus cualidades como mensajeras son conocidas desde tiempos de Noé, y todavía pueden llegar a ser más veloces que Internet. De niños nos tienta tanto perseguirlas como alimentarlas (nuestra especie siempre vive estas contradicciones); de grandes las detestamos por acumulación de desagradables anécdotas donde la Ley de Gravedad juega un papel de cómplice. Como fuera, palomas y gorriones son las aves más vistas en las ciudades, y aún así, creo que a más de uno, si le pidiera que cierre sus ojos y pronuncie el color de los de ellas... no las vieron tanto.

En los últimos 20 años fueron animándose a la metrópoli algunas rapaces, tentadas por tanta oferta de alimento (palomas). También, algunas especies autóctonas del género Columba se están animando por la misma causa (migas...), y así tenemos que ya no todas las palomas que nos rodean son la misma especie. Para saber distinguirlas, empecemos observando la más común, la paloma doméstica (Columba livia) de la foto:

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Tal como ella debió verse la originaria, con ese mismo par de bandas negras en el ala, coloración gris, y brillos verdes-violáceos en el cuello. Pero ella tiene ejemplares de diferentes colores, e incluso razas creadas por el hombre a través de la selección artificial (con la cual se hace más fácil explicar la selección natural, en la que el azar toma nuestro papel). Ahora, presten atención a la siguiente:

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En sus alas se distribuyen unas pecas blancas, y el color de sus ojos se ve gris amarillento, y no anaranjados como en la doméstica. Es la paloma manchada (Columba maculosa), y no debe confundirse con cualquier C. livia de "manchas". Tampoco tiene los filetes que suelen mostrar los cuellos de otras. Si bien está en expansión, le va ganando otra especie nativa más grande, a saber:

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La paloma picazuró (Columba picazuro) que -como vemos aquí arriba- tiene en la parte de atrás del cuello unos notables filetes celestes, y una delgada medialuna blanca en el ala. Es más grande que la paloma común y también más tímida y desconfiada, y su voz es un Úh-úh-Uhú... que repite. Ey ¡no se burlen de mi imitación!
Como ven, hasta lo más sencillo que nos rodea puede verse distinto. A continuación les muestro tres fotos con cuatro especies distintas: veamos si las descubren. Tal vez hay una trampita, pero salta a la vista.

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Uno puede decir "Bah, simples palomas"... Sin embargo, son menos feas que los vampiros que vimos la vez pasada. Es que cada especie tiene su peculiaridad, aunque sea pequeña: la paloma -por ejemplo- es el único ave que puede sorber agua (chuparla hacia arriba), cuando las demás deben usar el pico como una pala. Puede parecer una tontería, pero lo que no es sonso es aprender a observar.