Salió el número 3 de esta revista, gratuita, a todo color, con nuevas secciones para que seccione y nuevas selecciones para que seleccione.
Recibimos entre otras cosas, alguna publicidad, sobre todo del Día del Niño. Esto me hizo pensar en cómo han cambiado los tiempos, pues antes, cada edad acusaba una duración bien delineada, aunque tuviera límites borrosos. De ahí las fiestas de iniciación que en distintas culturas se dieran para despedir la niñez, bienvenir la primera regla femenina, educar a los varones sobre los temas que le cambiarán el tesoro de la inocencia por otros más físico-químicos (no diré si el trueque es ventajoso, algo tan subjetivo, pero sí que es inevitable), cambiarles el vestuario (p.ej. del pantalón corto al largo), etc. A los 15 el baile. A los 18, la guerra...
Ahora el Mercado precisa otros tiempos, y las huestes saben seguir a su pastor. Él necesita una eterna adolescencia, que empiece antes, que no acabe nunca. Impulsar al niño (sea en una familia o dentro de la propia cabeza) para que convenza al adulto de que lo que quiere, se compra ¡y se lo debe comprar, viejo amarrete! Cuando nuestra juventud parece huirnos, siempre hubo manera de intentar disimularlo, pero ahora ni siquiera se tiene la conciencia de que se fue; de que a tus 30, mamá ya no tiene que obedecer tus gritos que salen del sillón de SU casa, ni los vecinos perdonarte tus “cosas de chicos”. Según delincamos o nos necesiten, seamos víctimas o molestias, seremos grandes o chicos con la misma edad, según el caso individual.
Tu hijo de 3º grado es un teenager aunque su edad no sale del dígito; su hermana de preescolar juega con estrellitas menstruantes de la TV. Toda la currícula de la escuela Cris Morena se resume en uno o dos temas de adultos, pero de adultos inmaduros. Y esto último se repite en las novelas para sus progenitores.
Hoy la tecnología nos simplifica la vida, sin embargo, del día -que no modifica sus arcaicas 24 horas- nos queda menos tiempo que antes. La educación se confunde con la instrucción y se la delega por ende a la escuela, justo en sus peores décadas. Los abuelos no tienen nada que enseñar, congelados en el geriátrico hasta el engorroso papeleo del velorio. La TV es el gran hermano, padre, maestro, cacique, sabio, guía en quien abrevamos progenitores e hijos por igual, con la misma edad y la misma abundancia de derechos y carencia de obligaciones. Pero la TV, que puede olvidar alguna obligación sin las multas que no se nos perdonan, y abusar de algún derecho sin desperdiciar los otros... ¡vive de la publicidad! y esto es así porque ya está claro que la publicidad FUNCIONA. Vale decir, puede influirnos (salvo que sea lo único del mundo sin capacidad para influirnos, como sí lo puede la experiencia, de la cual forma parte).
Da para más, pero a masticar solitos. La edad de la inocencia es la edad de oro, pero ¿quién detiene su destrucción prematura, allí donde los últimos privilegiados son los niños? Desde la nenita con mini de cuero, a su abuelo que se queja inmóvil de lo que aún puede arreglar, todos somos adultos inmaduros. ZOMOS GANDES. Y eso precisa el Mercado, el Poder, el Imperio. Hormonalmente no entendemos el sistema político electoral: tenemos el cetro real en nuestra mano, con el que elegimos nuestro gusto a diario entre las opciones que el Capital nos ofrece. Pero el control remoto es suyo: es el César quien está labrado en la moneda que nos acuña.
conjeturó: http://seleccione.blogspot.com/
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