Guapo del '800, tenía 13 años cuando se enroló en el cuerpo de Granaderos a caballo que acababa de crear San Martín, ese hombre que habiendo vencido en Europa al ejército napoleónico, cambió a la madre patria por su tierra madre, decidido a parirnos la Patria. Y Manuel lucharía entonces con él toda su adolescencia, para el fin de la cual ya tenía en su haber toda la campaña independentista de Chile. Pero ahora... toda la región está dominada por enfrentamientos internos, y los límites que definen 'lo interno' siguen sin ser claros. Y Manuel sólo sabe ser militar, por lo que su futuro estará atrapado en esa tragedia fraticida, ora en una trinchera, ora en la contraria... como tantos otros, entre subordinados y caudillos, hasta que la vejez (de llegar) le permita retirarse, descansar, pensar, escribir.
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Ahora, Manuel está esperando que San Martín regrese del Perú, que descienda la cordillera que tiempo atrás -aventurados a un destino incierto, por una causa justa- coronaron juntos entre cientos de valientes. Llegará de devolver su independencia a la nación del Sol, trayendo orgulloso el botín de su victoria: la bandera de Pizarro y el tintero de los inquisidores, arrebatados a los colonialistas. Al pie de los Andes, y mate en mano, Manuel Olazábal -22 años- espera en Tunuyán, Mendoza, ver llegar a quien quiere como a un padre.
Un puñado de figuras comienza entonces a dibujarse a lo lejos. Apenas acompañado por cinco de sus hombres, unas mulas y 4 arrieros, vestido de poncho y bajo un sombrero de paja del Guayaquil, se adivina a San Martín, medio enfermo y agotado. Manuel acude a recibirlo y, sin darle tiempo a bajar de la mula, lo abraza. No es suficiente para disimular su llanto. Y don José, que lo dobla en edad y que lo recuerda tan púber como fue él mismo (cuando con 11 años, se hizo cadete), conmovido, lo calma con la mano, y atina a llamarlo... -"Hijo".
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Una carpa de ponchos se arma mientras el mate ya está pasando del joven Olazábal a sus manos. Don José no lo sabe, pero su amigo O'Higgins, del que se despidió hace menos de una semana, acaba de abdicar. Tampoco sabe que nunca volverá a trepar esa cordillera aún adherida a su suela. Cree que sólo resta ir por su familia e instalarse en una chacra mendocina, para devolverles la paz que no pudo darles estos 4 años, y dedicarse a sus vides y sus vidas. Son planes, mientras descansa del viaje y del sol veraniego bajo la refrescante sombra de un manzano. Pero tampoco sabe que nunca verá de nuevo a su joven esposa.
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En Buenos Aires, los planes son hacerle un Consejo de Guerra. Parece que liberar Chile y Perú fueron actos de desobediencia. Manuel lo advierte: si San Martín va ahora a Buenos Aires, en el camino no faltan partidas dispuestas a matarlo. ¿Justo ahora? Remedios está allá, enferma. Merceditas con 6 años debe estar crecida. El padre no la ve desde los 2 años. Y él también está enfermo. Habrá que andar atentos, General.
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-Manuel... Bueno será, quizás, que descendamos ya esta cordillera, desde donde en otro tiempo contemplamos la América...
-¡Vamos, pues!
-¿Qué día es hoy?
-Tres de febrero de 1823, señor.
-¿Y eso no te recuerda nada?
-En este momento no, señor.
-Este mismo día, hace una década, el regimiento de Granaderos hacía su primer ensayo...
-¡San Lorenzo!
-Así es. En San Lorenzo...
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Los hombres cabalgan hacia el Este. Antes de fin de año, San Martín llegará a Buenos Aires, viudo y sin escoltas. Su amigo O'Higgins partirá al exilio: nunca volverá a Chile. San Martín hará lo mismo cruzando el Atlántico con Merceditas. Manuel Olazábal lo volverá a ver 6 años después, para convencerlo de que regrese. Pero habiendo Lavalle fusilado a Dorrego, don José rechazará desembarcar en un país donde el fraticidio llegó a eso: ex-soldados suyos, matándose unos a otros.
Y Manuel no tendrá argumentos.